Reconocer que para liberarte es necesario soltar el deseo de controlar, dominar, poseer.
Dejar atrás, la necesidad de ser “especial”, de ser “alguien”, de aferrarte.
Renunciar a cualquier tipo de violencia.
Mientras más sueltas, caes más profundo. Duele mucho como si entregaras algo que habías querido conservar con mucho ahínco y dedicación. Nos ha tomado toda la vida perfeccionar nuestra personalidad!
Te das cuenta que allí en ese punto estás sol@, por eso se torna complejo descender, porque es posible ver con más claridad la verdad sobre ti. Y muy pocas personas quieres verlo realmente.
Mirar allí para mí fue descubrir que todo este tiempo había seguido siendo leal a papá y mamá, a lo que aprendí de ellos. Porque esos fueron los patrones fueron las estructura sobre la que edifiqué toda la construcción llamada yo.
Solo requiero la decisión de dejar de sostener eso que lo volvía preciado, dejar de sujetarlo.
Cuando apareció el miedo lo sentí más desgarrador porque significaba ser desleal a todo eso. Y recordar la herida de traición que me hice a mí cuando sustituí mi esencia por esa falsa idea de mí.
El ego allí grita tantas cosas: ¿acaso me vas a poner al mismo nivel que una piedra o un árbol?, ¿cómo te atreves a hacer esto?, Te vas a quedar sola.
Observo. Y de pronto, silencio. Siento a mis ángeles y maestros. Y me dejo sostener, abrirme, ser parte. Saber que eso que veo afuera, también soy yo.
Entonces, no necesito hacer algo. Puedo descansar, respirar siendo lo que soy. Dejo de exigirme, de luchar conmigo. Me uno en el silencio a la consciencia.
Tanto esfuerzo y desgaste por no aceptar el amor que soy, por evitar reconocer que siempre había estado allí, solo le había cerrado las puertas y luego lo había olvidado.
Elegir la paz y el amor en todo, a cada momento. Es una elección de vida y el camino hacia la libertad.
Eso no significa permitir cualquier cosa, si no estar presente, sentir y sobre todo tomar responsabilidad de nuestra vida.
Rendirse crea espacio, aire y vacío para que lo nueva surja.