La montaña rusa del control
Hace varios años descubrí que mi disfrute no estaba en los juegos de alta tensión. No sabía la razón, no era necesaria. Lo mal que me sentía me alejaba casi instantáneamente de las montañas rusas. Las evitaba siempre que podía o me ofrecían subirme a una.
Hace unas semanas volví a vivir la experiencia porque evidentemente a lo que yo creía que iba, no era…
Tarde me di cuenta que ya estaba montada en una y que no podría salir de ahí. Sólo me tocaba respirar muy profundamente.
El lugar era maravilloso. Miles de estrellas titileando alrededor me cubrían, veía luces, planetas y sentía que estaba flotando en medio del universo. Todo era perfecto hasta que sin previo aviso, el carro se soltaba y repentinamente comenzaba a descender. Trataba torpemente de meterme dentro de mi asiento como una forma de resguardarme. Mi estómago sentía que iba a estallar, estaba mareada y percibí que todo mi cuerpo estaba contraído. Era una rosquilla.
Quería cerrar mis ojos pero no tenía sentido. Era maravilloso todo lo que estaba presenciando. La mezcla de dolor y placer estaba ahí, en cada curva, en las bajadas, en los ascensos. En cada momento que nos deteníamos, en mi sorpresa, en la fantasía que se hacía realidad y en la sensación de estar en un mundo nuevo. Y de pronto, venía nuevamente el vértigo, las ganas de escapar, el enojo por estar ahí y también por querer quedarme. Las emociones tan diferentes y tan iguales al mismo tiempo brotaban.
¿Qué me pasaba? Lo entendí luego de subirme a otros dos juegos y a uno que finalmente más que montaña rusa fue un lanzamiento por un ducto de agua.
Me observé. Vi lo acontecida que salía después de cada juego. Lo apretada y a ratos estresada que me encontraba. Y lo que hacía era durante todo ese trayecto ibuscar un sentido, alguna explicación que me lo mostrara.
Apareció lo que buscaba. La conclusión a la que llegué es que se trataba del control que quería tener ante una situación desconocida, la resistencia que me generaba no saber qué pasaría y el pensamiento primario de que algo “podía salir mal” se agolpaba ante mí de forma automática. ¿Por qué no podía sencillamente entregarme al proceso?, ¿estar en ese momento y nada más? Esa era una pregunta interesante.
Lo cierto era que no me estaba permitiendo ese espacio “porque debía tener algo de qué sujetarme” y no, no lo tenía.
Esta idea fue más evidente cuando la vi. Una enorme escalera que conducían al inicio de unos ductos que se enrollaban y se erigían a gran altura. Hacia allí precisamente se dirigía la larga fila que nos recibía. A medida que me acercaba, menos ganas me daban de estar ahí, aunque lo cierto es que nunca pensé en renunciar. La consigna era clara: si me daba miedo, tenía que ir directo y resolverlo. Es más, me dije a mí misma que ese iba a ser el acto simbólico perfecto para “soltar el control”.
Cuando estuvimos a unos metros de distancia, vi que era una especie de cápsula. Entrabas, cerraban una puerta y por parlante te avisaban que en cuenta regresiva iba a iniciar. Al contar “3” te sacaban el piso y caías por los ductos. Las expresiones de niños y adultos no era muy alentadora la verdad…Elegí el contenedor celeste para lanzarme (y quizás para tomar un poco más de confianza por ser unos de mis colores preferidos). Cuando llegó mi turno, me puse en la posición indicada con las manos en el pecho y las piernas cruzadas, me dispuse y solo me entregué.
La sensación de “no pisar” pasó muy rápida. Sentí la caía, aunque fue más suave a cómo me la imaginaba. Iba pendiente durante todo el trayecto de cuán contraída estaba para soltarme. Me repetía que todo iba a estar bien, que lo podía disfrutar y que esa incertidumbre era divertida. Podía tener una mezcla dentro de mí sin descifrar y eso estaba bien. Abría y cerraba los ojos dentro del túnel que se veía oscuro, hasta que finalmente entre bastante agua salpicada, “aterricé”. Fue un glorioso triunfo!! No sé si eso lo reflejó mi rostro porque el señor que miraba me preguntó qué tal había sido…
Debo decir que me encantó como aprendizaje de vida y como experimento de mi propia emocionalidad. No sé si subiría de nuevo aunque si es para acompañar en ese proceso, podría animarme nuevamente y quien sabe, podría descubrir más.
One Comment
Fay
Interesante analogía sobre el control. Cuesta aveces soltar lo que consideramos propio o seguro y en el proceso de desapego, es sorprendente ver de lo que somos capaces de lograr y lo mejor es darse cuenta que “soltar” y confiar no era tan difícil como pensábamos.